Atto II

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Atto I Atto III

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ATTO II

SCENA I

Capitan Francisco, Messer Consalvo, Rosades servo.

Capitano. «Los amores de los prelados que bien son remunerados!». O Dios! Se mi suerte buena me dexasse haver nueva de Castilla, como me gozaria! Despues que dexé a Angeletta, que no ha mucho, passando por la hosteria del «Cavallo», me dixeron corno havian alloiado, la noche passada, no sé que ientil ombre castellano con otro compañero y que es ido, está maiíana, a passear por ver la tierra; y, por senas, dize el huesped que lleva una capa de domasco con bonette de tercio pelo, hombre di cinquenta años. Calla! Mas si es este? Por Dios, que a los senales es el mismo.

Messer Consalvo. Mucho me huelgo, Rosades, en ver está ciudad.

Rosades. Verdad es, señor, que muy noble y muy antiqua parece está tierra.

Capitano. O Dios! Pareceme de conoscerlo y no me parece.

Messer Consalvo. Por mi vida, que, despues que fue en está tierra a studiar, tiengo buena memoria de ella.

Capitano. Io le he conoscido, por Dios. Este es micer Gonzalvo Molendini castellano. Vuestra Merced sea muy bien venido.

Messer Consalvo. Es el señor Francisco Marrada este? El es, affé. O señor Francisco, abrazame! Quanto me gozo en ver os! Y vos veo y casi no lo creo; por que, en Castilla, vuestros padre y madre y toda la ciudad, ya ha muchos dias, que os han llorado por muerto.

Capitano. Como «por muerto»? Por que? [p. 38 modifica]

Messer Consalvo. Por que nos affirmaron por verissima cosa que os mattaron, el año passado, en Affrica, a la tomada de la Goletta.

Capitano. Oxalá! Dios quisiera que me huviera hallado en essa impresa!

Messer Consalvo. Por que?

Capitano. Como «por que»? Por que qual quiere buen soldado, que dessea, por virtud y su valor, ser conoscido y acquistar gloria, havria de alzar las manos al cielo por militar de baxo de este emperador. El qual quanto conozca el valor de los buenos y sus virtudes, y despues lo reconozca con precio, muchos lo saben de nuestra tierra y infinitissimos otros capitanos y valientes hombres que lo han provado y lo pruevan cada dia.

Messer Consalvo. Verissimo; y aun mas que no dizeis. Mas por que no procurastes de hallaros alla, se tanto era vuestro desseo?

Capitano. Io os dire. Quando io sali de Castilla y vine en Italia por esperimentar mi ventura, que ha seis años, corno sabes, el primiero sueldo que tome fue con el principe d’Oranges quando era el campo sobre Florencia. Yo era alferez del capitan Zorge. En la qual guerra assi me favoreció la suerte y mis manos que, convenida que fue Florencia y assecurado el stado del duque Alessandro, me hizieron capitano de una poca iente que está a qui en Pisa de baxo de l’obediencia del commissario; el qual nunca ha quesido que io me parta.

Messer Consalvo. Mucho me plaze que hagais honra a vuestra patria. Mas corno haveis conservada tanto tiempo la lengua spañola?

Capitano. Por haver siempre platicado con soldados españoles; aun, comò veis, la he perdido mucho. Mas dezime, signor Gonzalvo: que es de mi padre y de mi hermano y de toda la iente de mi casa?

Messer Consalvo. Muy vieio es vuestro padre; y vuestro hermano es ia hombre hecho y anda por casarse. Y, comò os he dicho, mucho se duele de vuestra muerte; y, corno supieren que seys bivo, es dudda que no se mueran de allegria. [p. 39 modifica]

Capitano. Ya, vos, micer Gonzalvo, que negocios os han traydo a Pisa?

Messer Consalvo. En Pisa, señor, ninguna, se no que desseavo mucho de veerla, por que otra vez he stado á qui á studio y tengo grandissima affecion a esta tierra. Y por la lengua se puede conocer; que me ha quedado la habla toscana assi bien come se fuesse nascido en medio de Sena.

Capitano. Y soys venido tanto viaie a posta per esto?

Messer Consalvo. Io os dire. Bien se deve accordar Vuestra Merced que, ya son passados trece anos, Pedrantonio mi hermano embió Ioandoro su hijo y mi sobrino de siete anos en Roma á star en corte y, poco tiempo despues, por aquella coniura que bien saveis, fue hecho ribelde con publico pregon y por esto fue forzado partirse secreto y desconoscido.

Capitano. De todo esto muy bien me accuerdo.

Messer Consalvo. Promettióme a guardar en Genova y no he sabido mas d’el. Duddo que sea muerto en el destierro.

Capitano. Mucho me pesaria por que era hombre de bien y de manera.

Messer Consalvo. Deveis aun por dicha accordaros corno dexandome el su hjia Ginebra, que yo la casasse, fueme, no sé en que manera, llevada de casa por un Fernando Sei vaie; ni tan poco he sabido lo que es de ella y stoy en dudda que no sea tambien ida en perdicion.

Capitano. Assi me accuerdo de todo come si agora fuesse.

Messer Consalvo. Veendo yo por esto no aver quedado de nuestra casa sino este mi sobrino Ioandoro, que se halla en Roma, y viendome ya vieio, le he scritto y embiado muchas cartas que tome á ver su hazienda; por que, si yo viniesse a muerte, no pusiessen las manos en ella otros estrahos. Y de aquestas cartas nunca he havido respuesta en tres años y no sé la causa. Y, por esto, he accordado de irme hasta Roma por dezirle claramente mi pensamiento; y, por que siempre he tenido voluntad de rever está ciudad antes que muera, me soy venido á riposar dos dias á ca, tanto mas veniendo por mar, que es mi via derecha. [p. 40 modifica]

Capitano. Sabia resolucion a sido la vuestra. Mas quien teneis en vuestra compania?

Messer Consalvo. Este mi servidor y un paie.

Capitano. No es, sefior, en vuestra compania un manzevo con barbas negras y capa de grana y una piuma bianca, que no ha mucho que lo vi a l’hostaria del «Cavallo»? por que el hostalero me ha dicho que era de los vuestros.

Messer Consalvo. Verdad es. A caso nos encontramos en el aloiamiento, a yer de mariana; y, por que iva a Napoles, nos conzertamos de ir iuntos hasta Roma.

Capitano. Senor messier Gonzalvo, no haré con Vuestra Merced muchas palabras; solo le accuerdo que siempre lo he tenido en lugar de padre y os quiero ser siempre buen hijo.

Messer Consalvo. No es menester mas. Y quando teneis pensamiento de tornare a la patria vuestra?

Capitano. Senor, de esto no tengo cuydado. Y estoy agora benissimo, que soy casi padron^del commissario que haze casi todo lo que le conseio. Y, por esto, puedo disponer mucho de la ciudad y tengo muchos passatiempos, maxime con estas gentiles damas; y, por dezir os la verdad, muchas andan perdi das por mi y aun de las primeras de la tierra.

Messer Consalvo. Me huelgo. Mas entiendo que el duque Alexandro tiene iusticia grandissima y quiere que se tenga mucho respetto en todas las cosas y a las mugeres principalmente.

Capitano. Si, en hazerle fuerza. Mas, se queran ellas enamorar de mi que de otro y que entra nos sean conzertados, ni duque ni todo el mundo los tendrá que no se iunten.

Messer Consalvo. Bien. De esto no digo mas.

Capitano. Sefior Gonzalvo, en esto tiempo que quedais en Pisa yo me verné a star continuamente con Vuestra Merced asi por gozar d’ella corno tanbien por entender abiertamente las cosas de mi casa.

Messer Consalvo. Mucho me holgaré; y, por esto, quiero que venga Vuestra Merced a comir con migo está mariana.

Capitano. Io soy contentissimo. Vamos.

Messer Consalvo. Vamos. [p. 41 modifica]

SCENA II

Corsetto soldato solo.

Gli è pur vero el proverbio che si mangi uno moggio di sale prima che si conosca un omo. Io mi pensavo aver fatta una strettissima amicizia col miglior compagno del mondo, insieme col quale, sotto un medesimo capitano, nella guardia di Firenze, son vissuto, giá vicino a un anno, cosí amorevolissimamente che io mi tenevo per certo, misurando l’animo mio, che non ci potesse occorrer cosa che l’un non confidasse nell’altro. Ma quanto questo prezioso tesoro dell’amicizia fra rarissimi si trovi el pruovo or io, che comincio a trovar in costui che io vi dico tutto el contrario di quel ch’io mi pensava: perché son giá molti giorni che mi fé’pigliar licenzia dal capitano per due mesi e menommi in Pisa dicendomi d’aver qua cosa che gli importava quanto la vita, che me la conferirebbe poi; né altro ho visto che ci abbi fatto se non che subito si cambiò i panni e mutossi il nome, per Ferrante facendosi chiamar Lorenzino, ed èssi posto per vii servitore con questo Guglielmo che abita qui. Hollo pregato mille volte che mi dica quel che lo muova a far questo. — Doman tel dirò, posdomane tel dirò; — e per anco ne so’ a quel che prima e dubito che costui non sia entrato in qualche farnetico che ci capiti male. Or io, per ultima mia giustificazione, vo’ veder di trovarlo e pregarlo, per la nostra amicizia, che sia contento di ragguagliarmi di questa cosa. E, se pur vedrò che vada coperto con esso me, io li mostrarò come e’ son giá passati e’ due mesi e che, non avendo lui fede in me, per non mancare al capitano, vo’ far pensiero di tornarmene a Firenze. E cosí arò sodisfatto per la parte mia all’officio del buono amico. Penso che lo trovarò verso casa. Ma veggio aprir la porta. Gli è esso che esce fuora e mi par molto piú allegro del solito. Voglio stare un poco da canto ad ascoltar quel che dice, se, pensando egli non essere odito, gli venisse scoperto o tutto o parte di questa cosa. [p. 42 modifica]

SCENA III

Ferrante in nome di Lorenzino e Corsetto.

Ferrante. Or ecco, Ferrante, che tu sei pur el piú felice uomo del mondo. Oh beato te! oh consolazion grandissima! lieto, divino, fortunatissimo Ferrante! oh allegrezza incomparabile! O Dio, o stelle, o sole, o luna! Oh! oh! oh! Non so che mi dire. A chi destinaste voi mai tanta felicitá quanta io sento al presente? Oh Dio! Dove potrei trovar Corsetto per sfogarmi alquanto con esso? che ora è venuto il tempo di palesargli quel che fin qui non ho voluto fare.

Corsetto. Che novitá sará questa? Costui impazza d’allegrezza.

Ferrante. Né crediate però ch’io sia cosí accecato da l’allegrezza ch’io non conosca di quanta importanza è la cosa ch’io gli vo’ confidare: che ci è dentro l’onore d’una singularissima donna e il pericolo della mia vita. Nondimeno a tai segni ho conosciuta l’amicizia sua essere perfettissima ch’io lo posso far sicuramente. Oltre che, io non potrei mandar a effetto quel che ho da fare senza l’aiuto suo. E che piú? S’io non mi sfogasse con esso, faria accorger tutta Pisa de la mia allegrezza.

Corsetto. Lassami pigliar questa occasione acciò che ei non si pentisse. Ferrante, Dio ti faccia ogni di piú contento.

Ferrante. Oh il mio Corsetto! Questo non faccia lui, che, ciò ch’io fusse piú, credo ch’io scopiarei. Oh quanto a tempo t’ho rincontrato! Ma, di grazia, non mi chiamar Ferrante; che, ancor che noi siam soli, el diavolo è sottile.

Corsetto. Che buone nuove ci sono questa mattina? Ma che! Tu non ti fidi di me: e quanto tu lo possa far sicuramente lo sai tu. E, per confessarti el vero, vedendo io che tu hai poca fede nei casi miei, ti cercavo stamattina per dirti apertamente come, considerando non servirti a niente, per non mancare al capitano, faceva pensiero di ritornarmene a Firenze. [p. 43 modifica]

Ferrante. A torto lo faresti, Corsetto, se ti dolesse della mia amicizia perché io non ho altro uomo al mondo in ch’io mi confidasse e a ch’io piú desideri far piacere. E che sia el vero, se io mi fusse guardato in questa cosa mia da te, non t’arei menato qua in Pisa dove sai quante volte t’ho detto che, quando sará il tempo, ti dirò il tutto. Ora il tempo è venuto e Dio mi sia testimonio come non per altro ero uscito adesso fuori se non per trovarti e conferirti la cosa e consigliarmi teco del tutto.

Corsetto. Io rimango sodisfattissimo: che, a dirti il vero, ho inteso qui d’appresso el tutto della bona mente tua inverso di me. E certo non potevo credere che tu non avesse da far cosi: si che di’ via come sta il fatto.

Ferrante. Discostiamoci un poco piú da casa.

Corsetto. Ecco. Or di’.

Ferrante. Innanzi ch’io ti ragguagli in che termine al presente io mi trovi, bisogna che da capo brevemente ti racconti l’istoria delle mie fortune, perché mal potresti conoscere il fine se tu non sapesse prima el principio.

Corsetto. È certo. Però comincia, ch’io t’ascolto attentissimamente.

Ferrante. E’ son giá passati sette anni, Corsetto, che, trovandomi io nella patria mia di Castiglia, assai nobile e ricco, e di etá forse di diciotto anni, còme volse la sorte, me innamorai d’una giovene d’etá intorno a tredeci anni, chiamata Ginevra, la quale da un Pedrantonio Molendini suo padre, essendo egli fatto ribello, fu lassata in custodia di messer Consalvo suo zio; né del padre si eron sapute piú nòve.

Corsetto. Deve forse morirsi in esilio.

Ferrante. Questo non so. Ora, per mia buona fortuna, trovai in breve che ella non manco amava me ch’io lei facesse; ma non per questo potevo io piegarla a le voglie mie, ancor che intorno a ciò usasse tutte quelle vie che io pensasse esser migliori. Il che tutto era invano: ch’io la vedevo strugger per amor mio; nondimeno star costantissima in defensione de l’onestá sua, rispondendomi sempre che molto piú presto voleva morir per amarmi che vituperarsi per contentarmi. [p. 44 modifica]

Corsetto. Grandissima costanzia era questa. Segue.

Ferrante. Vedendo io essere inespugnabile la virtú di costei, mi recai a pregarla che la si contentasse ch’io la togliesse per moglie. Di che fu tanto contenta che non credeva di veder mai quel giorno. Fecila domandare al suo zio messer Consalvo: e, perché alcuni gentiluomini de la casata mia erano stati persuasori della rebellione di suo fratello Pedrantonio, non ci fu mai ordine che volesse sentirne parola. Di che quanto noi vivessemo dolorosamente quelli solo che hanno provate tal cose lo possan pensare. Questa vita durò in noi parecchi mesi per fin che, spinti d’amore, venimmo a questa composizione: sposarci di nascosto; e partirci, una notte, di Castiglia segretamente; e girne in altre parti lontane dove poi ci guidasse la fortuna.

Corsetto. Grand’ardir di donna mi racconti e gran bontá.

Ferrante. Con questa resoluzione, montati, una notte, in una barchetta preparata da due amici miei, per gran pezza di mare felicemente navigammo. Ma la fortuna, che sempre s’oppone ai bei disegni de li inamorati, volse che, come fummo nei mari di Pisa, fussemo assaliti da quattro fuste di mori da le quali fummo messi in mezzo e, doppo che i miei compagni, valorosamente combattendo, furon morti ed io gravemente ferito, venne ogni cosa in man de’ mori. E giá, in quel mezzo che combattemmo, avea una fusta di quelle, in mia presenzia, rapita per forza la mia Ginevra e portatala via, non giovando alla meschina el pregarli o che l’uccidessero o che non la dividessero da me. E cosí fui diviso da quella donna ch’io unica al mondo ho amata ed amerò fin che viva.

Corsetto. Gran compassione mi danno le tue parole. Segue pure.

Ferrante. Quel che di lei seguisse non ho mai saputo per fino a ora. Di me so ben ch’io fui portato prigione in Affrica e, poi ch’io fui fatto sano (del corpo parlo, che de la mente son stato sempre d’allora in qua travagliatissimo), fui venduto in Tunise a un certo Flascher, uno dei piú ricchi de quella cittá, il quale, poco innanzi, aveva medesimamente compro un altro [p. 45 modifica]schiavo fiorentino chiamato Nofrio Valori che, tornando da Genova a Firenze per sue faccende, era stato fatto prigione; con il quale feci strettissima amicizia e, per compagnia l’un dell’altro, tollerava ciascuno alquanto piú pazientemente quella servitú. Or cosí schiavi com’hai inteso ci vivemmo parecchi anni per fino alli quindeci di luglio l’anno passato, nel qual giorno fu la presa di Tunis e la divina e gloriosa vittoria del fortunatissimo esercito imperiale e la liberazione, oltre a noi, di piú che ventimila schiavi. El qual giorno arò sempre in memoria.

Corsetto. Quanto mi pento ch’io non mi trovai ancor io a quella impresa!

Ferrante. Certo, Corsetto, che tu hai ragione di pentirtene; che, con gran meraviglia, aresti visto una quiete d’esercito, una contentezza di soldati, una diligenzia di capitani, un’imagine verissima di antica e bene ordinata milizia e, sopra tutto, una divina cortesia e incredibile providenzia e fortuna maravigliosa d’uno imperadore che tu aresti, come tutti gli altri, sperato e tenuto per certo che il medesimo avesse a riuscir di Costantinopoli in brevissimo tempo che gli avenisse di Tunis allora.

Corsetto. Oh Dio! Felici cristiani di questa etá, sotto si potente e santa protezione! Ma seguita de’ casi tuoi.

Ferrante. Come fummo liberi, volse Nofrio Valori menarmi seco a Firenze dove, fra l’altre cortesie che m’usò, mi fece aver luogo, come tu sai, nella guardia. Né mai però, in tanti miei travagli, m’usci dell’animo la mia Ginevra. Qual si sia stata poi fino a oggi la mia vita tu lo sai senza ch’io il dica.

Corsetto. E dove imparasti si bene la lingua italiana?

Ferrante. Io, se ben son castigliano, son nato e allevato in Genova in casa di messer Fabrizio degli Adorni che è gran mercante e strettissimo di mio padre.

Corsetto. Or conosco, Ferrante, la cagione che sempre t’ho visto poco allegro salvo che stamattina. Ma che hanno a far queste cose col tuo star per servo sconosciuto in casa di Guglielmo?

Ferrante. Lassami dire, ch’io non t’ho ancor detto quel che importa piú. [p. 46 modifica]

Corsetto. Di’ pure.

Ferrante. Tu sai, Corsetto, che, questo natal passato, venimmo con parecchi altri compagni a star due giorni in Pisa a sollazzo.

Corsetto. Che importa questo?

Ferrante. Lo intenderai; non m’interrompere. Passando, in questi due giorni, una sera, qui da casa di Guglielmo, viddi alla sua finestra una bellissima giovene e parsemi subito la mia Ginevra. Onde io, pensando che agevolmente potrebbe essere, perché in questi mari qui vicini fummo fatti prigioni, seppi bellamente da l’oste come questa casa era d’un Guglielmo e che egli non avea figli alcuni ma bene una giovane in casa che gli era stata, giá piú anni, donata da non so chi che l’avea tolta di man di mori. Or io, conoscendo che costei non potea esser altra che Ginevra, subito si raccesero in me con maggior forza che fusser mai quelle fiamme che la longhezza del tempo avea alquanto amorzate e, tornato la mattina a rivederla per far prova se ella mi riconosceva, trovai che tanto mi raffigurava quanto se mai veduto non m’avesse. E non me ne maraviglio, perché mi vede con questa barba, dove che, quando ci dividemmo, pochi peluzzi n’avevo. E da questa occasione di non esser riconosciuto mi venne in animo di voler far prova in qualche modo, inanzi ch’io me gli palesassi, s’ella si ricordava piú del suo Ferrante o vero se, scordatasene in tutto, avesse posto il capo ad altri amori. E non trovai la miglior via per far questo che, cambiandomi il nome, pormi per servidore in casa sua. E cosi, ritornatomene a Firenze, ti fei tór licenzia dal capitano e menaiti qua acciò che, in ogni caso che succedesse, io t’avesse sempre in mia compagnia.

Corsetto. Sottile aviso è stato il tuo. Ma seguita il resto.

Ferrante. Com’io fui li in casa, cominciai a servir con tanta diligenzia che in pochi giorni fui benissimo veduto dal padrone e da la giovine. — Lorenzin qua, Lorenzin lá, — ogni cosa passava per le mie mani; ed io, mentre, cercavo destramente sempre di conoscer li andamenti di Ginevra e non ci potei conoscere altro mai se non una certa poca contentezza [p. 47 modifica]con una santimonia e bontá maravigliosa per la quale era tanto cara a Guglielmo quanto s’ella gli fusse stata figlia. Or, essendo io giá libero d’un sospetto ch’io avevo ch’ella non fusse accesa dell’amor di qualcuno, mi volsi chiarir dell’altro, di saper s’ella si ricordava piú dei casi miei. E, aspettando piú giorni el tempo commodo, iersera mi venne commodissimo, però che, entrato con essa a ragionar di varie cose, cominciai a ragionargli de le forze d’amore e, vedendo che ella si turbava assai in cotal ragionamento, gli domandai s’ella conoscesse per sorte in Valenzia un Ferrante di Selvaggio. A questa domándita diventò pallidissima e, mirandomi in viso, mi domandò con un sospiro per che causa io gli domandasse di questo. Le risposi ch’io non avevo al mondo il maggior amico. Queste parole, per quanto mi parse, gli fèr sospicare ch’io fusse Ferrante e, guardandomi un pezzo fisso, conobbi ch’ella s’accorse fermamente che cosí era; ma, per sicurarsene meglio, mi disse: — Piacerebbe a Dio che voi fusse mai quel Ferrante? — A queste sue parole, non potendo piú contenermi, mi discopersi e, con gran tenerezza abbracciandoci, cominciammo per dolcezza a pianger dirottamente; e dipoi, con allegrezza non piú sentita, ci ragguagliammo l’uno l’altro delle nostre fortune.

Corsetto. Oh felicissima coppia d’amanti! oh amor costante! oh bellissimo caso da farci sopra una comedia eccellentissima!

Ferrante. Io non vo’ distendermi in dirti quanta sia stata, da iersera in qua, la nostra allegrezza perché non finirei mai. Ma quel che piú importa è che noi aviam pensato che, se noi discoprissemo a Guglielmo come la cosa sta, non ce lo crederebbe e farebbeci dispiacere; e, per questo, abbiam fatto disegno di partirci stanotte di nascosto di Pisa. Quel che bisogna che tu facci è questo: che tu vadi fino ad Arno e vegga di farti mettere in ordine una barchetta la quale stia a posta tua e poi stasera, di notte, che tu mi stia appresso acciò che, se impedimento avessemo o da Guglielmo o da altri per mala sorte, possiam difenderci gagliardamente e ammazzarlo, bisognando.

Corsetto. Non piú parole. Hai da pensar che io non spenderei la vita per cosa che piú mi piacesse che per conto tuo. [p. 48 modifica]Però fa’ tu quel che hai da fare e di questo lassa il pensiero a me. Ma dove dirizzerem noi il camino?

Ferrante. Di questo ci pensarem poi. E, perché tu sappi ogni cosa, oggi è quel giorno ch’io ho da córre quel dolce frutto di quel tanto bramato giardino, quella preziosa rosa del piú desiderato orto che fusse mai: perché m’ha promesso Ginevra di darmi oggi, s’ella ara tempo, el fiore della sua verginitá. O giorno divinissimo, quanto bene m’hai preparato!

Corsetto. Saviamente farete acciò che non v’intervenga come l’altra volta.

Ferrante. Orsú! Non perdiam tempo, Corsetto. Va’ ordina quanto hai da fare.

Corsetto. Pigliarò la via di qua per esser piú corta.

Ferrante. Corsetto, tu sai; mi ti raccomando.

Corsetto. Basta.

SCENA IV

Ferrante solo.

Sará buon ch ’ancor io mi spedisca innanzi ch’io desini acciò che, doppo, io possa esser tutto di Ginevra. Voglio ire a comprare un giacco. Addio. Non dite niente. Voi sapete quanto gí’importa.

SCENA V

Vergilio e Marchetto servi.

Vergilio. Dunque pensi, Marchetto, che messer Giannino si possa disperare che Lucrezia si pieghi mai, ch?

Marchetto. Io lo tengo per fermo.

Vergilio. La collana dov’è?

Marchetto. Eccola.

Vergilio. Lucrezia viddela? [p. 49 modifica]

Marchetto. Non, che non la vidde. Come volevi che la vedesse se, subito che la senti ricordar presente di messer Giannino, si turbò tutta e levommisi dinanzi?

Vergilio. Tu dovevi mostrargliela innanzi perché l’oro è quel che abbaglia gli occhi delle donne.

Marchetto. Non di tutte, che costei tanto lo stima quanto tu fai questo peluzzo.

Vergilio. Non sapesti forse pigliare el tempo commodo perché importa assai con queste donne trovarle in una disposizione o in un’altra.

Marchetto. Fidati di me, che non ci è ordine col fatto suo.

Vergilio. Tien certo, Marchetto, che gli è impossibile che costei non abbi paglia in becco; perché non son tai parti in messer Giannino ch’ella stesse tanto ostinata verso di lui.

Marchetto. Che becco? che paglia?

Vergilio. Tu sei grosso! La conversazion di qualche giovane che gli levi del capo queste fantasie.

Marchetto. Di questo stanne sopra di me, ch’io mi serei pur accorto di qualche cosa, che queste cose non si possan far tanto nette che chi vi sta avertito, come fo io, non s’accorga degli andamenti. E, per quel ch’io ne possa conoscere, non ne veggo se non tutta onestá. Mai parla se non di santi e di leggende.

Vergilio. Oh semplicella! che non considera, la scempia, che quelli anni non son da perdere intorno ai Santarelli. E pur non credo che sia una putta, ormai. Che tempo credi ch’ell’abbia, Marchetto?

Marchetto. Per quanto si vede, credo che passi piú presto venti anni che altrimenti.

Vergilio. Eh! Ciò ch’ella sta molto piú a ravvedersi... Oh quanto son da poche certe donne che non discorron le cose per il verso! Ma in costei dubito d’altro, ch’ella non m’ha cera d’aver si poco giudicio.

Marchetto. O abbi altro o non l’abbi, questo ti so ben dire: che di messer Giannino non vuol sentir niente. E, se facesse a mio modo, ne levarebbe il pensiero. [p. 50 modifica]

Vergilio. Questo so io che gli è impossibile. Prima vorrá la morte mille volte.

Marchetto. E’ può adunque morirsi a sua posta, per quanto giudico io.

Vergilio. Crederesti, Marchetto, che altra persona fusse per esser miglior mezzo con costei che tu sei stato?

Marchetto. Metteteci mezzo chi voi volete, che il medesimo ne riuscirá; se giá una cosa, a dirti il vero, non vi riuscisse.

Vergilio. Che cosa?

Marchetto. Tel dirò; e, se questo non fa frutto, messer Giannino si può disperar sopra di me. Ma con questo patto: che, giovando, tu mi prometti che messer Giannino mi fará una grazia ch’io gli domandarò.

Vergilio. Se sa/á cosa che si possa fare, ti prometto per lui che la fará.

Marchetto. È forse un mese e mezzo che gli è venuto in casa un altro servitore che si chiama Lorenzino il quale, non so come diavol s’abbi fatto, s’è acquistata tanta grazia col padrone che ogni cosa passa per le sue mani. E Lucrezia ancora mostra volergli assai bene: con la quale ha tanta sicurtá che io gli ho spesso trovati a parlare insieme longamente. Ora vegga messer Giannino di parlargli e di svòllarlo destramente a far questo ufficio.

Vergilio. Se gli è cosi, dubito che cotesto Lorenzino ci ara fatto su disegno per sé; e di qui viene ch’ella ci risponde si bruscamente.

Marchetto. Io non lo credo, ch’ella non era niente piú pietosa innanzi che costui venisse in casa. Pur, avete altro che provare?

Vergilio. Parli benissimo; e non passará d’oggi che si fará qualche cosa.

Marchetto. Or sai quel ch’io voglio da messer Giannino, se questa cosa riesce?

Vergilio. Che?

Marchetto. Che faccia ogni sforzo a levarmi di casa questo Lorenzino o tirandoselo al suo servizio o come meglio li parrá: [p. 51 modifica]pure ch’io non mei vegga piú dinanzi agli occhi perché, standoci lui, io non ci son per niente.

Vergilio. Io ci farò fare ogni sforzo, pur che la cosa riesca. E voglio ir ora a parlarne al padrone che debb’esser a un orafo che m’aspetta.

Marchetto. Va’; e ricordati della promessa.

Vergilio. Non si mancare di niente.

SCENA VI

Marchetto solo.

Oh! Io arei fatto el buon colpo, s’io mi levasse dinanzi questo Lorenzino! Io ho fatto questo pensiero. L’una delle due non mi può fallire. S’egli svolle Lucrezia, che non lo credo, messer Giannino non mi può mancare della promessa. Se Lucrezia sta pur dura come suole, e io scoprirò a Guglielmo come costui porta e’ polli in casa sua ed egli, scorrucciato, lo mandare via e forse gli fará peggio; e cosí non mi vedrò piú intorno questa bestia che fa tanto poco conto di me, fastidioso, poltrone! Ma mi par sentir chiamare. Signore! Or veng’a voi il cancaro!

SCENA VII

Panzana servo solo.

Se n’andava alla sua stalla per vedere i suoi cava’; se n’andava alla sua stalla, oh! crisolá!

per vedere i suoi cava’.

Lassami un po’ pigliare un altro boccone di questo marzapane.

Oh! Gli è dolce! Par di quei di Siena. E queste starne?

Uh! Vi calzano? Insomma, questo ghiotton del mio padrone s’intende del viver del mondo. Oh! Io sarei el bel corrivo a [p. 52 modifica]partirmi da lui! Gli è molto meglio ch’io mi stia con questo pazzo e mangi bene ch’io vada a piatire il pane con qualche savio. Diavol ch’io non sia da tanto ch’io non sappia odir, tutto ’l di, mille suoi paroloni e vantamenti e bugiacce e ridermene poi e dargli vinto ogni cosa! Ma chi è questo qua?

SCENA VIII

Sguazza parasito e Panzana.

Sguazza. Parvi che questi sien capponi? parvi ch’io sappi spendere i miei denari? Ah! ah! ah! Non gli arebbe aúti un altro per uno scudo.

Panzana. Oh che ti venga il cancaro! Gli è lo Sguazza. Tu hai si buon capponi, viso di cane?

Sguazza. Addio, el mio Panzana galante, da bene. E tu ancora hai si belle starne e non dici niente? Son grasse, per Dio! In fine, questo tuo padrone è ’l re degli uomini. Non è cittadino in Pisa ch’io intenda che viva piú suntuosamente di lui. Sappil conoscere.

Panzana. Pensati che par tuo fratel carnale nel conoscere i buon bocconi; e quel che piú mi piace è che sempre ci è in casa robba per sei persone e non siamo se non egli ed io. Ecco: stamattina noi ci troviamo un quarto di capretto, otto tordarelli, una mezza lepre e queste starne.

Sguazza. Oh cagnaccio! Tu ti debbi dare el buon tempo! Se non fusse stato per amor tuo, arei presa sua amicizia giá mille volte.

Panzana. Sguazza, sai quante volte ch’io t’ho pregato, se tu hai caro d’essermi amico, che tu non pratichi in casa mia. Fuor di casa, poi, voglio che noi siamo i miglior compagni del mondo.

Sguazza. Non sai ch’io non ti posso mancare? E massime che, per adesso, mi sguazzo assai commodamente: che ho per le mani un certo messer Giannino che è tanto accecato nell’amore che mi dá da spendere alla cieca quant’io voglio; e, mentre [p. 53 modifica]che questa pazzia gli dura ne la testa, non mi può mal tempo. Ei piagnerá, sospirare e lamentarassi; e io diluviarò, tracannare- e gli roderò l’ossa. Oh! Quanto io mi rido di questi locchi innamorati che si lassan perdere tanto in questa lor pazzia che non mangiano e non beon mai! Oh poverelli! di quanto ben son privi!

Panzana. Almanco cotesto messer Giannino è giovene e potrebbe mutarsi. Lassa dir a me che io mi trovo un padrone che ha presso a cinquantanni ed è piú innamorato che mai. Non vedesti mai la maggior bestia. Mai fa altro, la pecora, che dipingersi la barba; sempre sta in su l’amorosa vita; tutto ’l giorno cantépola e componicchia qualche ballata o sonettaccio o simil’altre papolate. Qualche volta mi chiama e mi mostra alcuna letteruzza d’amore: le piú fastidiose cose del mondo che non son piene d’altro che di «sbigottosi prati», «acque soventevoli», «sollazzose fiate», «aggradato dal pensiero che trapana i rosseggiane cuori della sua anima» e simil’altre poltronarie da far recere i cani.

Sguazza. Oh Nostra Donna! Quanto mi fanno doler la testa queste tali filastrocche! Mi son abbattuto ancor io, qualche volta, a sentir parlare alcuni di cotesti tali che mai fanno altro che dire «questo nome non è taliano», «questo è francioso», «questo è un barbaro», quest’è il cancaro che li mangi! Che non parlano come s’ha a parlare? Che diavolo mi fa, a me, questo? Poniam caso: s’io so certo che questi son capponi, che m’importa saper come si chiamano? A me basta ch’io me li mangiarò. E cosí vo’ dir delle altre cose.

Panzana. Pensa, adunque, quanto fastidio sia il mio che sento queste cose di continuo!

Sguazza. Tu ti riscuoti poi coi buon bocconi, tu.

Panzana. Cancaro! Se non fusse cotesto, non vi sarei stato un’ora.

Sguazza. In fine, Panzana, grandissima consolazione è il mangiar bene. Io non credo che nel mondo ci sia la maggior contentezza. Che dame? che denari? che bellezza? che onori?

che virtú? Io vorrei ch’egli andassero in chiasso quante donne [p. 54 modifica]e quanti litterati furon mai, pur che stesse bene questo corpicciolo. E che maggior virtú che aver l’intera scienza con la lunga pratica delle buone vivande? Io lo stimarei piú che esser lo imperadore.

Panzana. Verissimo! certissimo! Mi tocchi il fondo del mio core, a dir cosi. Beato colui che ha quella bella virtú di sapere ordinar quando vuole mille sorti di guazzini, tramessi, intingoli, sapori, torte e altre infinite vivande che si trovano! E beatissimo colui che le mangia!

Sguazza. Io non mi son mai molto curato di coteste vivanduzze. Io vorrei, la prima cosa, il mio lesso per eccellenza con una zuppa turchesca in su le marce grazie, con un savorin puttano in su le pottachine; e ’l mio stufato non molto cotto; dipoi un arrosto stagionato in su le galantarie. E vorrei assai d’ogni cosa. E buone carni, come sono vitelle di latte, caprettini e massime i quarti di dietro, capponi, fagiani, starne, lepri, tordi; e, sopra tutto, bonissimo vino. Di cotesti altri intingoletti, di uova e d’altre frascarie mi curarei poco.

Panzana. Tu sei piú savio del papa. Per Dio, che tu mi piaci! Vói altro che tu mi piaci?

Sguazza. Questa è la beatitudine che si può aver in questo mondo. Tutti gli altri piaceri son cose vane. Perché, se tu pigli la musica, tutto è aria e fiato, che niente t’entra in corpo. L’aver denari confesso che gli è piacere perché con quelli tu puoi proveder da mangiare; che, altrimenti, io non saprei che farmene. Se noi parliam dell’amore, peggio che peggio: ch’io non so, per me, considerare che consolazion che s’abbin costoro di spender tutto il lor tempo in andare stringatelli, sprofumati, con le calze tirate, con la braghetta in punto, con la camiscia stampata, con la persona ferma acciò che, torcendosi una stringa, non toccasse l’altra; fare una sberrettata alla dama, dirgli un motto per una strada cogliendola all’impro vista ad un cantone, mirandola un tratto sott’occhio, e lei miri te, gittarli quattro limoni, farsene render uno e baciarlo, far quattro rimesse di cavallo e con un bello sguardo e un sospiro a tre doppi andarsi con Dio; tornarsi poi, la sera, con altri panni, far un giuoco [p. 55 modifica]a una veglia, stregner la mano al ballo tondo e poi vantarsi che lo stregner sia venuto da lei e star tutta la notte senza dormire e a ogn’ora trovar nova invenzione di dir mal d’altrui senza proposito. Tutte queste cose io non so a che diavol di fine che se le faccino, i merloni. Vuo’ lo veder che gli è pazzia? che, se pur un di loro, doppo che, piangendo e sospirando, ara gittato vint’anni intorno alla dama come gittarli nel carnaio, ne verrá pure a quel ponto tanto dolce melato, ei non stará un quarto d’ora con essa che la vorrebbe poter gittare con un calcio sopra quel campanile. Ma del mangiare tutto el contrario interviene, che tuttavia ti sa meglio. Dica chi vuole, che questa è la vera felicitá e tutte l’altre son pazzie, Panzana mio.

Panzana. Io ti sto a odir per impazzato, tanto mi riesci savio fra le mani! Io, per me, so’ de’ tuoi. Vo’ lassar le donne a chi le vuole.

Sguazza. Sai, Panzana, se pur... pur... pur... pure io fusse sforzato ad avere una donna, com’io la vorrei per manco male? Non mi piacerebbe in nessun modo: ma, quando mi fusse pur forza, la vorrei grassarella, giovanetta giovanetta, e poi cotta infilzata per ischena, com’una porchetta; ch’io non credo che fusse cattivo boccone a fatto.

Panzana. Ah! ah! ah! Cancar ti venga! Ah! ah! ah! Una donna cotta!

Sguazza. Voglio che noi stiamo qualche volta, Panzana, insieme: che ora ti vo’ lassare; che, ciò ch’io stesse piú, non sarebben poi cotti questi capponi.

Panzana. Né le mie starne. Per Dio! Me n’ero giá scordato, tanto piacere avevo di sentirti ragionare!

Sguazza. Or vatti con Dio.

Panzana. A rivederci.

Sguazza. Si, si. Dubito che non saran cotti, ch’io veggo appressarsi l’ora del desinare. Pur gli farò cuocer, se crepassero. [p. 56 modifica]

SCENA IX

Messer Giannino, Vergilio.

Messer Giannino. E non volse, la crudele, veder la collana né sentir parola de’ casi miei?

Vergilio. V’ho detto. Se Marchetto non dice una cosa per un’altra lui, come la vi senti ricordare, tutta turbata se li levò dinanzi.

Messer Giannino. Ah Fortuna! Quando tu cominci a pigliarti uno in su le corna, quanto lo sai straziare! Misero me! Or che voglio io piú sperare? Ah donne! Quando voi v’accorgete che uno non può piú scappar delle vostre mani, quante berte ne fate! quanto giuoco ve ne pigliate! Eh! Vergilio, fratello, non mi abbandonare.

Vergilio. Padrone, non vi disperate; che mi dice l’animo che questa cosa, che v’ho detto che m’ha consigliata Marchetto di Lorenzino, sia per far qualche giovamento.

Messer Giannino. Aimè! ch’io dubito, Vergilio, di tutto ’l contrario; che cotesto Lorenzino non sia cagione di tutto el mio male.

Vergilio. Perché?

Messer Giannino. Come «perché»? Perché io temo che non si goda Lucrezia lui e di me si ridino insieme.

Vergilio. Ah messer Giannino! Non crederei mai che una gentildonna facesse una simil poltroneria d’impacciarsi con servitori. E tanto piú Lucrezia che mostra nell’aspetto d’esser molto nobile e di grand’animo.

Messer Giannino. Io credo ancor io che se ne trovin rare che lo faccino. Ma dubito che costei, per mia mala sorte, non sia una di quelle; che quella sicurtá che t’ha detto Marchetto aver lei con costui mi fa sospettar non so che. Ma, al corpo di quella sacrata Nostra Donna, che, se io ne posso conoscer niente, s’io ne posso cavare una minima sprizza, ne farò tal vendetta, tal vendetta che sará sempre essempio alle donne di quanta vigliaccaria che facciano a impacciarsi con servitori. [p. 57 modifica]

Vergilio. Io tengo certissimo che non bisogni dubitar di questo; e massime che, prima che questo Lorenzino andasse a servire in casa di Guglielmo, Lucrezia non mostrò mai d’esser niente piú pietosa dei casi vostri che sia stata dipoi.

Messer Giannino. Credi a me, Vergilio, che questa o simil altra cosa m’è contrai perché non è possibile che la natura avesse posto in costei tanta durezza ed impietá che non avesse, giá tanto tempo, sentito almanco una minima scintilla di compassione del mio grandissimo male.

Vergilio. Forse che I" ha sentita e non ha ardire di confidarla in Marchetto; perché, invero, a chi non lo conoscesse come noi non ha cera di esser persona molto diligente e fidata.

Messer Giannino. Doverebbe considerare che, se non fusse stato fidatissimo, non glie l’arei mandato e che non manco fo stima dell’onor suo che ella medesima.

Vergilio. Alle donne, messer Giannino, importa troppo questa cosa: che, se potesse essere che se gli trovasse una via di farli discernere il vero dal falso, tengo certo che non sarebber calunniate tanto per crudeli. Ditemi: come volete sicurar Lucrezia che non fingiate?

Messer Giannino. Come che io finga? Fingerá uno che sia stato male, tre anni, quanto si possa star male, pieno di continua passione, vuoto d’ogni diletto, vissuto di lagrime e di pensieri, sgombrato il petto d’ogni altra considerazione, scordatosi il padre, la sorella, la patria, l’onore, la robba ed ogni altra cosa? Questo si chiama fingere, ch?

Vergilio. E di quei sono che ci hanno speso venti anni con coteste e maggior demostrazioni, piangendo e lamentandosi a sua posta, pigliandosi il tutto per uno essercizio; e tanto n’hanno avuto passione quanto quella donna lá.

Messer Giannino. Ah Dio! Se la donna ha giudicio, conoscerá bene il vero, si. E tu lo sai, Vergilio, s’io fingo o fo da vero.

Vergilio. A me parrebbe che voi dovesse far prova di questo Lorenzino perché, come v’ho detto, ne spero bene.

Messer Giannino. Parti? [p. 58 modifica]

Vergilio. A me, si; che a peggio non ne potete essere.

Messer Giannino. Io gli farò tai promesse che, se mi niega di far questo ufficio, potrò tener per certo che quel ch’io temo di lui sia verissimo; perché, quanto all’esser fedele al padrone, so che pochi servidori si trovano che per denari non si corrompine. E ti prometto che, s’io sapesse per certa questa cosa, sarebbe tanto lo sdegno e l’odio che io porrei a Lucrezia quanto è ora l’amore ch’io gli porto.

Vergilio. Di questo ve ne potrete consigliar poi; che spero che non accaderá.

Messer Giannino. Non voglio per niente che passi d’oggi che tu trovi questo Lorenzino e me lo meni a casa.

Vergilio. Io non so’ molto al proposito perché, a questi giorni, ebbi non so che parole con esso in ponte. Lo potrá far lo Sguazza, come gli ha desinato.

Messer Giannino. È verissimo. Or andiamo in casa, ch’egli debb’esser giá tornato a far ordinar da desinare.

Vergilio. Andiamo.

SCENA X

Agnoletta sola.

Uh! Santa Gata! Io vi so dir ch’una fantesca, quando la si conduce alle mani di questi fattorini, che la sta fresca! Mi sento tutte gualcite le carni. Uh! Gesú! Quanto mi dispiacciano questi pizzichi e queste parolacce che si dican per la strada! — Madonna, s’io voless’io, voreste voi?; — Addio, fantesca: vorreste una pesca?; — Cogliete l’amicizia; voletevi apporre? — E, con queste parole, chi mi pizzica di qua e chi mi fruzzica di lá, chi mi mette le man drieto, chi mi tocca dinanzi. Piú presto ci pigliasseno e tirassenci in qualche stanza di buttiga e tanto ci dibatticasseno che ci sfogassen la rabbia! Lassami veder se mi fusse caduta la polvere. La ci è pure. Ma io ci so’ stata ben per metter del mio onore perché, com’io fui in buttiga, el profumiere, che era solo, cominciò a mirarmi con l’occhietto [p. 59 modifica]falso e dirmi ch’io li pareva buona robba e quanto tempo aveva che non mi era stato appiccato l’oncino e mill’altre cacabáldole. E io, che mi so’ trovata piú volte con molti che m’hanno fatte le medesime baie e poi non han voluto panni a dosso, gli risposi che, s’io era buona robba, non ero per lui. E, in questo, mi tirò con un braccio nel magazzino e mi messe le mani a dosso, una alle pocce e l’altra al collo; e voleva seguire il resto. Ma, per sorte, senti la moglie che scendeva da basso e subito, racconciatosi dinanzi, mi mandò via. E vi so dire che poco n’è mancato che, per la polvere, non ho avuto olio di ben gioire. Vo’ dire alla padrona che, se vuol piú niente, vi vada lei: s’ella ha voglia di cavarsi qualche fantasia, come accade. Ma ecco Lorenzino di Guglielmo. In buona fé, oh Dio! ha un mese ch’io ho avuto voglia della sua prattica; ma e’ fa tanto del grande ch’egli ha sempre fatto vista di non vedermi. Pur, a questa volta, mi par molto allegro. Chi sa se mi fará forse piú carezze che non suole? Oh! S’io lo potesse svòllare a menarlo un poco nella mia cantina! E sai se verrebbe a tempo: che mi son partita dal profumiere con una voglia di bere, con le teglie riscaldate, che Dio vel dica.

SCENA XI

Ferrante, Agnoletta.

Ferrante. Ogni cosa mi va bene, stamattina. Ho avuto per quattro scudi un giacco finissimo che vai venti.

Agnoletta. Lasciami fare un poco il bello.

Ferrante. Quando una cosa comincia ad andar bene par che tuttavia vada meglio.

Agnoletta. Perché mi miri, Lorenzino?

Ferrante. Chi ti mira?

Agnoletta. Tu.

Ferrante. Tanto avessi tu del fiato quant’io pensava ai casi tuoi. [p. 60 modifica]

Agnoletta. Giá, a dirti il vero, vo’ dir questo, io: che tu non ti degni di mirar chi ti vuol bene.

Ferrante. Oh! questa sará bella! Le venture mi balzan per le mani.

Agnoletta. Tu te ne ridi e ti burli; e io fo da vero.

Ferrante. Tu non ti sei niente abbattuta oggi al tuo bisogno?

che io ho altro nel capo che le fantesche!

Agnoletta. Sei forse di que’ servitori da la bocca gentile che non voglian metter dente se non a carne cittadinesca e si lassano ingannar da quei lisci ben fatti e da quelle belle veste delle cittadine? E non sanno che, sotto i panni, poi, noi siam piú dilicate e piú sode di loro. Parlane con esso me che son stata, a’ miei di, con parecchie e so quanto pesano a ponto a ponto. Tutta è apparenzia, la loro.

Ferrante. Questa è la piú bella festa del mondo. Che vói da me?

Agnoletta. Che tu mi vogli bene e tu non mi strazi a questo modo e venga, qualche volta, a far colazione nella mia cantina: come, poniamo per caso, adesso che non hai che fare.

Ferrante. Mi comincio a tenere intrigato con costei.

Agnoletta. E però cosí gran cosa quella ch’io voglio?

Ferrante. Bisogna ch’io gliel prometti, che, altrimenti, non mi si levarebbe dinanzi, oggi. Orsú! Son contento.

Agnoletta. Ed ora che hai a fare? vuoi venire un poco?

Ferrante. Per ora non ci è ordine, a dirti el vero.

Agnoletta. E quando ci sará ordine?

Ferrante. Domane.

Agnoletta. Chi sa se domane sarem vivi. Dico oggi, io.

Ferrante. Oggi, orsú!

Agnoletta. Tu non verrai, poi.

Ferrante. Si, dico che verrò.

Agnoletta. Or dammi un bacio, almanco.

Ferrante. Son contento. Eccotelo.

Agnoletta. Uh! Me l’ha dato secco. Mira se gli è crudele!

Ferrante. Oh! che ci ristoraremo oggi.

Agnoletta. Vedi non mancare. [p. 61 modifica]

Ferrante. Non mancarò.

Agnoletta. Orsú! Addio.

Ferrante. Addio. Va’.

SCENA XII

Ferrante solo.

Vedi che me la son levata dinanzi. Io ho a punto cose per le mani d’andar drieto a queste lorde, sfacciate, affamate di queste fantesche! che, se venisser qui tutte le dèe, le imperatrici, le regine che furon mai e quante belle donne ha Siena e mi facesser quante carezzuole e muine mi potesser mai fare, non le cambiarci a un solo sguardo della mia Ginevra non che... Dio!... a quel che ho d’aver oggi. Quei c’han provato un tal caso so che mi credono; degli altri non mi curo. Orsú! Vi lasso, ch’io ho piú piacere a star in casa che fuore.