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En los primeros raeses de 1930 me encontré con Leo Ferrero en Paris, en casa de Madame B.
En los primeros meses de 1930 me encontré con Leo Ferrero en Paris, en casa de Madame B.


Pocos dias después viño a verme. Llevaba un grueso sobretodo de piel rubia con que después lo via menudo. Este abrigo lo había visto yo colgado o acostado encima de otros en casa de Madame B. y me había preguntado a quién podria partenecer. La visita de Leo me trajo la respuesta: la «peau de bique» era suya. Cuando no la llevaba puesta, yo le decía — después que nuestra amistad nos permitió las bromas — que me costaba imaginármelo sin le piel y que sólo al verla colgada en la antesala estaba segura de la presencia de Leo en la casa. Nos reíamos de esto... y cuando me enteré del horrible accidente que me privaba de una amistad preciosa e inolvidable, lo primero que vi, fué, quièn sabe por qué, esa pobre «peau de bique» abandonada. Y porque siempre me había anunciado la presencia de Leo, en los duros inviernos de Paris, este recuerdo me anunciaba ahora su ausencia. Me la anunciaba en el lenguaje que hablan con tanto patetismo los objetos familiares que rodeaban a los que perdemos.
Pocos dias después vino a verme. Llevaba un grueso sobretodo de piel rubia con que después lo via menudo.

Este abrigo lo había visto yo colgado o acostado encima de otros en casa de Madame B. y me había preguntado a quién podria partenecer. La visita de Leo me trajo la respuesta: la «peau de bique» era suya. Cuando no la llevaba puesta, yo le decía — después que nuestra amistad nos permitió las bromas — que me costaba imaginármelo sin le piel y que sólo al verla colgada en la antesala estaba segura de la presencia de Leo en la casa. Nos reíamos de esto... y cuando me enteré del horrible accidente que me privaba de una amistad preciosa e inolvidable, lo primero que vi, fué, quién sabe por qué, esa pobre «peau de bique» abandonada. Y porque siempre me había anunciado la presencia de Leo, en los duros inviernos de Paris, este recuerdo me anunciaba ahora su ausencia. Me la anunciaba en el lenguaje que hablan con tanto patetismo los objetos familiares que rodeaban a los que perdemos.


Cuando vi a Leo por primera vez, estaba lleno de optimismo, encantado de la acogida que Paris le daba. El lado doloroso de su vida tocaba a Italia.
Cuando vi a Leo por primera vez, estaba lleno de optimismo, encantado de la acogida que Paris le daba. El lado doloroso de su vida tocaba a Italia.
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