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giudizio di victoria o. campo 205


cierto instante, presentimientos que lo angustiaban y de los que no podía deshacerse.

En el prefacio de «Espoirs», Guglielmo Ferrero transcribe algunas notas de las libretas de apuntes de su hijo. Encuentro allí estas reflexiones, entre otras: «No podemos confiar en el crédito del porvenir a menos que nuestra vida esté ordenada. Lo peculiar del orden (un estado de libertad en que nadie sufra) es garantizarnos la duración indefinida del presente. (El desorden engendra necesariamente la incertidumbre.) De acquí la sabiduria de la doctrina católica que identifica el pecado con una concupiscencia desordenada y la virtud con el orden. La felicidad es un equilibrio de fuerzas, y toda vida desordenada engendra la ansiedad, el temor o el remordimiento, que rompen el equilibrio. Son los virtuosos los que alcanzan el grado más alto de felicidad».

Cuando Leo me escribía que me quería ver para hablarme de «todos los problemas que se les plantean a los hombres cuando se acercan a la treintena», estoy segura de que aludía particularmente a este género de cosas. Habíamos conversado mucho de la «Divina Comedia», de lo que yo había descubierto en ella diez años antes, cuando se planteaban para mi los problemas que atormentaban a Leo en los años 1932 y 1933. Problemas que aclaran estas palabras de Santo Tomás en la «Suma»: «La virtud moral perfecta no destruye por completo las pasiones, sino que las ordena». Y estas otras de San Agustín: «Todo espiritu que no está en el orden es por si mismo su proprio castigo». Esta busca del orden, de un orden, no para renunciar a la vida sino para aprender a vivir; no para acostarse en él corno en una tumba sino para en él sin mutilarse, era el tema alrededor del cual giràbamos siempre.

Entre los papeles de Leo se eneontraron estas lineas, fechadas de la siguiente manera: «Al partir de la ciutad de Méjico, junio de 1933». Concuerdan con lo que acabo de decir.

ORACION


Señor! Haz que yo no esté
tan triste corno todos los hombres